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28 octubre 2009

El dia de todos los santos

Este domingo, dia de todos los santos tenemos la hermosa lectura del Sermon de la montaña,El sermón de la montaña. En el Sermón de la monta­ña Mateo presenta a Jesús promulgando la ley evangé­lica, su propia ley.

Para un judío debía resultar claro que la intención de Mateo era evocar a Moisés, el gran legislador antiguo, que entregó al pueblo de Israel la ley recibida en el monte Sinaí. Lo evoca, pero lo supera infi­nitamente. Esto es lo que quie­ren decir los pasajes: "Habéis oído que se dijo a los antepa­sados... Mas yo os digo..." (Mt 5,21.27.­31.33. 38.43). Ese "yo" personal de Cristo es el "YO" divino, el único que puede promulgar una superación de la ley anti­gua dada por el mismo Dios. En el Evangelio de Mateo las bienaventuranzas son nueve. Ocho de ellas están formuladas en tercera perso­na: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos..."; la novena está formu­lada en segunda perso­na y dirigida a los oyen­tes: "Biena­venturados seréis cuando os injurien, y os persigan...".

Esta última tiene un desarrollo mayor y rompe el esquema fijo de las demás. Las primeras ocho constituyen, por tanto, un grupo aparte, a las cuales se agregó una novena. Esto se ve confirmado por el hecho de que las primeras ocho biena­venturanzas quedan incluidas (según el frecuente recurso literario semítico de la inclusión) por la misma prome­sa: "Biena­ventura­dos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos... Bienaventura­dos los persegui­dos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos". A su vez estas ocho pueden ser divididas en dos tablas, a semejanza de los diez mandamientos dados a Moisés. La prime­ra tabla contiene las primeras cuatro y expresa la rela­ción del hombre con Dios, y la segun­da tabla contiene las otras cuatro y expresa la relación con el prójimo.

La primera tabla

La primera tabla proclama bienaventurados a los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, es decir, a las personas humildes que no ponen su confianza en las riquezas ni en los poderosos de este mundo sino sólo en Dios. En efecto, es Dios quien promete la recompensa que beatifica: "de ellos es el Reino de los cielos... ellos poseerán en herencia la tierra... ellos serán consolados... ellos serán saciados". El tema de esta primera tabla está indi­cado en la primera bienaventuranza, la que declara dicho­sos a los "pobres de espíritu". No se trata, en primer lugar, de la pobreza sociológica, sino de la pobreza interior; se trata de la mansedumbre y humildad del cora­zón. Jesús se nos ofrece como modelo de esta pobreza cuando dice: "A­prended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Las otras tres bienaventuranzas de este grupo son modificaciones de este mismo tema: los mansos, los afligi­dos, los que tienen hambre y sed de justicia, son los que ponen a Dios por encima de todo y lo esperan todo de él.

La segunda tabla

La segunda tabla proclama la otra condición indispen­sable para poseer el Reino de los cielos: «la bondad y el amor al prójimo». Por eso proclama bienaventurados a los misericordiosos, los limpios de cora­zón, los que traba­jan por la paz, los perse­guidos por causa de la justi­cia. En la quinta bienaventuranza se percibe un cambio de tema: "Bienaventurados los misericor­diosos". Ya no se expresa una situación en la cual se deba confiar sólo en Dios, sino una actitud del corazón del hombre en rela­ción a su prójimo; explica qué sentimientos deben animar a los cristianos en sus relacio­nes fraternas. Aquí Jesús comien­za a ilustrar las rela­ciones que deben existir entre sus discípulos.

También en esta tabla el tema está indica­do por la primera biena­ven­turan­za: la misericordia. Las otras son variaciones sobre este mismo tema. ¿En qué consiste ser santo? En la solemnidad que celebramos es bueno preguntarnos: ¿En qué consiste la santidad de una persona? ¿Por qué los santos han atraído tan poderosamente a los hombres de sus generaciones y han dejado una huella tan profunda en sus épocas y en sus ambientes? ¿Qué hay en ellos que despierta ese sentimiento de admiración y asombro en los hombres? Para dar respuesta a todas estas preguntas, hay que tener en cuenta que la fuente de toda santidad es Dios.

No hay santidad posible sin El. Por eso la Iglesia cada vez que celebra la Eucaristía canta: "Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo", y agrega: "Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad". La santidad as algo que pertenece a Dios y que suscita en los hombres una mezcla de temor y de fascinación. Ante la santidad el hombre experimenta fuertemente sus límites, su ser creatura, su pecado, y por esto siente temor; pero, al mismo tiempo, experimenta fascinación, es decir, no puede dejar de sentirse poderosamente atraído y de gozar intensamente. En la bienaventuranza del cielo, purificado ya del pecado, el hombre gozará eternamente de la santidad de Dios.

"Seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2). Estamos creados para esto y no sería un ser humano el que no lo deseara. La fe, la esperanza y el amor, sobre todo, el amor, son la manifestación de la vida divina en el hombre. El amor, que consiste en negarse a sí mismo para procurar el bien de los demás, es algo que supera las fuerzas humanas naturales.

Cuando vemos que en alguien actúa el amor, entonces, tenemos una manifestación de Dios, pues "el amor es de Dios... Dios es amor" (1Jn 4,7.8). La actuación natural del hombre puede suscitar entusiasmo, como es el caso, por ejemplo, de sus logros en el arte, la ciencia, la técnica, el deporte, etc. Pero la práctica heroica del amor, que es lo que define a los santos, supera todas las empresas naturales y nos pone en la evidencia de Dios. ¡No existe un espectáculo más hermoso! Una palabra del Santo Padre: «Queridos amigos: El programa evangélico de las Bienaventuranzas es trascendental para la vida del cristiano y para la trayectoria de todos los hombres.

Para los jóvenes y para las jóvenes es sencillamente un programa fascinante. Bien se puede decir que quien ha comprendido y se propone practicar las ocho Bienaventuranzas propuestas por Jesús, ha comprendido y puede hacer realidad todo el Evangelio. En efecto, para sintonizar plena y certeramente con las Bienaventuranzas, hay que captar en profundidad y en todas sus dimensiones las esencias del Mensaje de Cristo, hay que aceptar sin reserva alguna el Evangelio entero. Ciertamente el ideal que el Señor propone en las Bienaventuranzas es elevado y exigente. Pero por eso mismo resulta un programa de vida hecho a la medida de los jóvenes, ya que la característica fundamental de la juventud es la generosidad, la abertura a lo sublime y a lo arduo, el compromiso concreto y decidido en cosas que valgan la pena, humana y sobrenaturalmente.

La juventud está siempre en actitud de búsqueda, en marcha hacia las cumbres, hacia los ideales nobles, tratando de encontrar respuestas a los interrogantes que continuamente plantea la existencia humana y la vida espiritual. Pues bien, ¿hay acaso ideal más alto que el que nos propone Jesucristo? Por eso yo, Peregrino de la Evangelización, siento el deber de proclamar esta tarde ante vosotros, jóvenes del Perú, que sólo en Cristo está la respuesta a las ansias más profundas de vuestro corazón, a la plenitud de todas vuestras aspiraciones; sólo en el Evangelio de las Bienaventuranzas encontraréis el sentido de la vida y la luz plena sobre la dignidad y el misterio del hombre (cf. Gaudium et spes, 22)». Juan Pablo II, Lima, Hipódromo de Monterrico, 2 de febrero de 1985 ' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. «Todos estamos llamados a la santidad; para todos hay las gracias necesarias y suficientes; nadie está excluido», nos decía Juan Pablo II. Una tentación que podemos tener es creer que este llamado (que proviene de nuestro bautismo) no es para mí.

2. Pidamos a Dios el «hambre» por querer vivir de verdad las bienaventuranzas. Leamos a lo largo de la semana este hermoso pasaje evangélico.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2012-2016.

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