Hay varios pensamientos alrededor de la muerte, y siempre hacer el intento por lograr definir algo tan profundo deja muchas expectativas. La muerte es, en esencia, un proceso terminal que consiste en la extinción del proceso homeostático de un ser vivo y, por ende, concluye con el fin de la vida. Este concepto biológico, dice sencillamente que es la terminación de la vida. Entonces como fin de la vida humana, asombra y crea expectativa, luego para los que sobreviven a los que mueren crea un duelo, y entendemos que es un proceso normal con sentido del dolor humano. Quiero recordar unas frases célebres sobre la muerte: “La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo”. François Mauriac (1905-1970) Escritor francés. Y otra: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos” Antonio Machado (1875-1939) Poeta y prosista español. La muerte nos llega cuando no estamos preparados, y nosotros llegamos a la muerte cuando nuestra vida plena y con mucho sentido de trascendencia, reconocemos que es algo nuevo, definitivo e inaplazable.
La Religión católica dice que la muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida. Para los que mueren en Dios, la muerte es un paso a un sitio/estado mejor... mucho mejor que aquí. No hay que pensar en la muerte con temor. La muerte no es tropezarnos con un vacío de dolor, donde se acabó todo. Es más bien el paso a través de esa línea y poder para vislumbrar, ver y vivir algo inimaginable.
Santa Teresa de Jesús decía que esta vida terrena es como pasar una mala noche en una mala posada.
Para San Juan Crisóstomo, "la muerte es el viaje a la eternidad". Para él, la muerte es como la llegada al sitio de destino de un viajero. También hablaba de la muerte como el cambio de una mala posada, un mal cuarto de hotel (esta vida terrena) a una bellísima mansión.
"Mansión" es la palabra que usa el Señor para describirnos nuestro sitio en el Cielo. "En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes" (Jn. 14, 2-3).
Es en el servicio religioso de la Iglesia que llamamos Liturgia de Difuntos, donde tal vez encontramos mejor y más claramente expresada la visión realista de la muerte. Así reza el Sacerdote Celebrante en el Prefacio de la Misa de Difuntos: La vida de los que en Tí creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo.
Por eso la muerte no tiene que ser vista como algo desagradable. ¡Es el encuentro definitivo con Dios! Los Santos (santo: es todo aquél que se bautiza, convertido en Hijo de Dios, por la unción del crisma y que en su vida hace la Voluntad de Dios, aunque no sea reconocido oficialmente) esperaban la muerte con alegría y la deseaban no como una forma de huir de esta vida, que sería un pecado en vez de una virtud- sino como el momento en que por fin se encontrarían con Dios. Como ejemplo decía “Muero porque no muero" Sta. Teresa de Jesús.
"Qué dulce es morir si nuestra vida ha sido buena" (San Agustín). San Agustín fue un gran pecador hasta su conversión ya bien adulto. El problema no es la muerte en sí misma, sino la forma como vivamos esta vida. Por eso no importa el tipo de muerte o el momento de la muerte, sino el estado del alma en el momento de la muerte.
Al final de la vida terrena, suponemos un encuentro hermoso con el autor de la Vida, y será la felicidad plena en su presencia. Es Él Señor que nos creó y lanzó a esta oportunidad que llamamos vida, luego para completarla de verdad nos llama a su presencia. Si se asume así la muerte comprendemos los santos. Un hermoso soneto de la Iglesia, anónimo dice lo siguiente:
“No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.”
Entonces la muerte es esperanza porque nosotros creemos que no me muero porque me muero, sino vivo en ti, y regreso como del agua sale de su fuente, hasta volver a su origen.
En el duelo perder a alguien querido produce un vacío muy doloroso, que no siempre es por perder a alguien con la muerte, y siendo equivalente, se llora al que desaparece.
También en el Duelo de los que perdemos y están vivos, hay mucho dolor. Lo importante para la persona que sufre es reconocer primero que el duelo es un proceso, que lo vamos a superar y luego la vida continuará. Recuerdo como anécdota un regalo de una amiga llamada “Belén", donde había una ultima hoja doblada y sellada, con una inscripción que decía "Léelo solo en un momento de mucho dolor". Ese momento llegó precisamente al perder a alguien que no fue con la muerte, abrí la hoja y sólo decía: "Esto también pasará. No me curó el dolor, pero fue el principio con el cual asumí la pérdida con otro sentido más trascendente.
Sentir dolor en el duelo es normal, y para poder superar es necesario ser acompañado en ese proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida (pérdida de un ser querido, pérdida de una relación, etc.). Aunque normalmente la persona se enfoca en su respuesta emocional a la pérdida. El duelo también tiene una dimensión física, cognitiva, filosófica y de la conducta que es vital en el comportamiento humano. Lo importante es reconocer que físicamente no está, pero en el buen recuerdo siempre estará.
Luego para seguir el camino de la superación del dolor de la ausencia, debemos adentrarnos en la promesa de Jesús sobre la eternidad y reino de Dios. Hablando de "Cielo" y "Eternidad" debemos superar al recuerdo bucólico de niño, más que un lugar es un estado permanente de felicidad, en presencia de la fuente de la creación, que es un gran encuentro con el Dios de la Vida. La Eternidad que no se puede comprender desde las dos dimensiones humanas indispensables, es decir, el tiempo y el espacio.
Es el “CIELO” un agradable y permanente estado de completa y absoluta felicidad en presencia de Dios. La Revelación Bíblica lo menciona en labios de Jesús. Jesús usó el lenguaje del "Reino de Dios" de una forma que se contrapone con los revolucionarios judíos del siglo I, llamados zelotes, que creían que el Reino era una realidad política que llegaría con una revuelta violenta contra la dominación romana, reemplazada por una teocracia judía.
En la teología católica, Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aún el peor de los pecadores es llamado a convertirse y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos les son revelados los misterios del Reino de Dios. La Iglesia católica se considera a sí misma como "el inicio sobre la tierra" del Reino de Dios y que la plenitud de éste se alcanzará después del juicio final, cuando el universo entero, liberado de la esclavitud de la corrupción, participará de la gloria de Cristo, inaugurando «los nuevos cielos y la tierra nueva» (2 P 3, 13). Así se alcanzará el Reino de Dios pleno, es decir, la realización definitiva del designio salvífico de Dios de «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1, 10). Dios será entonces «todo en todos» (1 Co 15, 28), en la vida eterna.
Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, sobre la realidad celestial "esta vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama 'el cielo'. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha"(n. 1024).
Pero el mayor bien es la salvación eterna: la felicidad que proviene de la unión con Dios. Es el gozar de la llamada Visión Beatífica, es decir, el ver a Dios mismo "cara a cara" (1Cor. 13, 12). De esto se trata el Cielo, que es un estado, un sitio indescriptible con nuestros limitados conocimientos humanos, pero sabemos que es mucho más de lo que podemos anhelar o imaginar. Por eso dice San Pablo: "ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón del humano pudo imaginar lo que Dios ha preparado para aquéllos que le aman" (1Cor. 2, 9).
El Papa Juan Pablo II insistía en tocar estos temas escatológicos, que él denominaba de las "realidades últimas". Nos decía así en una de sus Catequesis sobre escatología (11-8-99): "La vida cristiana ... exige tener la mirada fija en la meta, en las realidades últimas y, al mismo tiempo, comprometerse en las realidades 'penúltimas' ... para que la vida cristiana sea como una gran peregrinación hacia la casa del Padre".
En efecto, la vida en esta tierra es como una antesala, como una preparación, para una persona puede ser más breve que para otros, tal vez más difícil o más dolorosa para algunos. Pero en realidad no fuimos creados sólo para esta antesala, sino para el Cielo, nuestra verdadera patria.
También es necesario para finalizar que la muerte no es NADA, es un paso. La muerte no es un ser personal, la muerte no es un ente, por lo tanto no es menester pensar como alguien que existe o no.
La muerte no es tampoco la nada y la nada nadea, decía Heidegger. Para el cristiano la muerte es un paso a una vida definitiva y estable, llena de felicidad, no es el paso a la nada o al vacío.
Déjame salir de ese trabalenguas filosófico.
La "Nada" es un concepto metafísico fundamental, y refiere la ausencia de entidad real. Como sabrás, la Metafísica estudia al ente en cuanto ente. ¿Y qué es un "ente"? un ente es por ejemplo una "cosa", “un ser personal” "un teléfono celular” etc. De tal modo, que la Metafísica estudia los entes en su realidad existente; aunque un "martillo" es una realidad inerte pero también es una realidad existente porque existe en el espacio y en el tiempo. Con este ejemplo quiero decirte que lo que no existe -por tanto, la "Nada"-, y desde Parménides, ya estableció esta distinción entre el "Ser" y la "Nada". El "Ser" es, porque existe y el "No-Ser" no es, es decir, el "No-ser" es la Nada, la ausencia de existencia. La muerte para nosotros no es la NADA.
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